martes, 23 de septiembre de 2008

El hombre que quería ser José

La cara de José Mestre lo dice todo. O no dice nada. Según quién le mire. Esa es quizá la evidencia más cruda para quien nació con un angioma y una malformación vascular en el rostro que le hizo ser conocido, ya desde pequeño, como Cara malhada (Cara manchada). Porque al nacer, José simplemente tenía una mancha rojiza que en teoría debía dejar de expandirse a los 18 meses. Sin embargo, el angioma empezó a producir una erupción de granos, venas y carne que ya dura 51 años. Hoy, el tamaño de la deformación en su cabeza es único en el mundo y tiene una difícil solución.

José Mestre adolescente

Pese a su enfermedad y pese a haber sido operado dos veces de los labios cuando tenía 14 y 18 años, José Mestre siempre se ha empeñado en llevar una vida lo más cercana posible a la normalidad. Nacido en un pueblo del Alentejo a menos de 100 kilómetros de la frontera con España, fue criado en una familia de seis hermanos en la que la influencia materna sería decisiva. En un ambiente de sobreprotección y religiosidad -su madre era testigo de Jehová- y junto a su malformación incesante, creció el pequeño José con el sueño de algún día llegar a ser policía. Cuando su familia se trasladó a los alrededores de Lisboa, empezó a frecuentar una plaza de Queluz que siempre estaba vigilada por guardias debido a las complicaciones de tráfico habituales. Con el tiempo se hizo amigo de los guardias y un día uno de ellos le ofreció el pito a José para que controlara el tráfico. A raíz de eso, empezó a colaborar cotidianamente con los guardias. “Lo hacía bien y los conductores me respetaban”, recuerda hoy José, y además era su forma de ganar algún dinero con el que sustentarse sin necesidad de depender totalmente de la familia, cosa que nunca aceptó. Durante varios años ejerció este oficio, hasta que la plaza de Queluz fue remodelada y ya nunca más se necesitaron controladores de tráfico. José Mestre había de buscarse otro lugar.

En su rincón favorito en el Rossio


Mr. Rossio
Y lo encontró en el corazón de Lisboa, en un rinconcito de la hermosa plaza del Rossio junto a la Tabacaria Mónaco y el célebre Café Nicola, inmortalizado por el poeta Bocage. Cuando José empezó a frecuentar el Rossio, allá por los años 80, el lugar ya había dejado de ser el punto de reunión de intelectuales de antaño para convertirse en un campo abierto por el que deambulaban los retornados de las antiguas colonias y las primeras oleadas de inmigración procedentes de esas mismas colonias. Con el paso de los años el Rossio pasó a ser lo que hoy es: el lugar en el que confluyen los lisboetas cotidianos con los cada vez más numerosos turistas. En el mismo rincón que hace veinte años se encuentra José, sentado a la espera de que alguien le dé una moneda pero sin pedir, sin el acompañamiento de ningún cartel en el que solicite limosna. Es su manera tácita de ganarse el pan de cada día, cosa que no le permite la irrisoria pensión por invalidez que le concede el estado portugués.
La reacción de los transeúntes del Rossio no es siempre generosa cuando se topan con la enorme masa espongiforme de la cabeza de José. Algunas personas se acercan a él pensando que es un actor disfrazado con una máscara y le piden que se la quite. “Mi cara engaña, pero mi corazón no”, es lo único que puede responder José. Sin embargo, algunas veces sus reacciones no son tan pacíficas. Lo que más le indigna son las personas que se acercan a él para tomarle fotografías sin pedirle permiso, tanto que a veces pierde los estribos y les comienza a arrojar piedras. Ya tiene varias denuncias interpuestas contra su persona por este motivo.

José Mestre junto a la Torre de Belém


Una cara que nos resultará conocida
En las últimas semanas el nombre y el rostro de José Mestre han estado más presentes que nunca a raíz de la filmación de un documental producido por la Fox Studio Television y que tiene previsto su estreno mundial en Discovery Channel para el próximo año. El documental pone de relieve algunos de los efectos colatelares de la deformación, como el sobrepeso de la cabeza, las dificultades enormes a la hora de comer, la pérdida de visión, la casi imposibilidad para hablar, ... y también situaciones cotidianas, como el kafkiano proceso para renovarse el documento de identidad.
El documental ha permitido a José viajar hasta Londres para ser visitado por especialistas. No es la primera vez que viaja al extranjero con ese propósito, hace años estuvo en Galicia, concretamente en el Hospital Nosa Sra. dos Ollos Grandes de Lugo, donde pasó un mes ingresado en el que le fueron efectuadas diversas pruebas, entre ellas una decisiva angiografía. Los médicos concluyeron que era posible operarle pero la ausencia de unas mínimas garantías de supervivencia echaron para atrás a José. Anteriormente, había tenido otra tentativa infructuosa en Alemania, donde llegaron a ofrecer a su familia una suma muy importante de dinero para quedarse con la cabeza de José cuando él muriese.
Ahora se abre otra puerta en Londres, la ciudad donde se realizó con éxito el primer transplante facial de la historia. Fue en 2005 a la francesa Isabelle Dinoire, que había quedado con el rostro completamente desfigurado tras ser salvajemente atacada por un perro. José Mestre podría ser el próximo suceso de la medicina mundial, pero su negativa, por motivos religiosos, a una tranfusión sanguínea hace prácticamente inviable una operación tan compleja y delicada. El otro factor que impide a José tomar la determinación a operarse es el miedo, pese a que es consciente que cualquier día podría morir a causa de una de sus frecuentes hemorragias y pese a que en Londres le han dado bastantes esperanzas de sobrevivir a la cirugía.
En medio de esta vorágine de cámaras, micrófonos, periodistas, hospitales y médicos que en las últimas semanas se ha visto obligado a vivir, José intenta encontrar siempre un hueco para regresar al Rossio. Cuando lo logra se sienta como siempre junto a la Tabacaria Mónaco, asistiendo al espectáculo de ver pasar frente a sus ojos ese microcosmos humano que forman los lisboetas, soñando quizá en conocer algún día los rascacielos de Nueva York, o simplemente rememorando el último gol de Mantorras para su amado Benfica. Cuando anochezca, José se levantará para emprender el regreso a casa. Alguien hará una mueca de horror al verle, otro le ofrecerá una moneda. La cara de José Mestre seguirá siendo la misma.
*Reportaje publicado en el Diario del Istmo, La Gaceta de Salamanca y Tempos Novos.

miércoles, 17 de septiembre de 2008